Todas las personas hemos experimentado fatiga mental, por ejemplo, después de un largo día de trabajo, una intensa jornada de estudio o incluso después de una discusión. Esta condición puede disminuir la motivación, reducir la concentración o afectar la toma de decisiones. Cuando se combina con la falta de sueño, puede tener consecuencias graves, como problemas cardíacos, errores médicos o hasta provocar accidentes de tráfico.
Durante mucho tiempo, el cansancio mental fue considerado un mal menor, consecuencia del ritmo de vida. Fue después de la pandemia por COVID-19, cuando millones de personas comenzaron padecerlo de forma persistente más allá del estrés cotidiano, que la pregunta sobre por qué el cerebro humano es susceptible al agotamiento tomó un papel fundamental en la investigación científica.
¿Qué pasa cuando el cerebro se cansa?
De acuerdo con el neurocientífico Mathias Pessiglione, del Instituto del Cerebro de París, este cansancio surge cuando el cerebro abandona rutinas automatizadas y debe mantener un control activo durante largos periodos. La fatiga entonces actúa como una señal de advertencia de que el cerebro se acerca a su límite funcional y necesita descanso.
Los científicos han desarrollado varias hipótesis sobre las causas del agotamiento mental, como la acumulación de sustancias como glutamato y lactato, que encarecen el trabajo cerebral. También se han hallado vínculos entre este mal y los cambios en neurotransmisores como la adenosina y la dopamina. Incluso creen que el amiloide-β, asociado con la enfermedad de Alzheimer, podría contribuir al interrumpir las sinapsis, interferir con la eliminación del glutamato o aumentar la neuroinflamación.
El neurocientífico cognitivo Clay Holroyd, de la Universidad de Gante, compara el agotamiento mental con el dolor: ambos contribuyen a proteger al cuerpo de la acumulación de daño. Si una persona ignora la sensación al principio, el riesgo de daño metabólico real es poco en la mayoría de los casos. "Puedes trabajar muy, muy, muy duro por un tiempo", dice "pero eventualmente necesitarás dormir".
Y es que el sueño tiene un papel mucho restaurador, especialmente el sueño profundo de ondas lentas. Este actúa limpia los residuos metabólicos y recalibra los circuitos y las células para que puedan utilizar mejor las reservas de energía.
El reto: comprender la fatiga del cerebro
Según una investigación publicada recientemente en Nature, el COVID persistente afecta aproximadamente a 6 de cada 100 personas y su principal síntoma es la fátiga. Vikram Chib, ingeniero biomédico de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore, cree que esto ha sido el motor que impulsa la necesidad de comprenderla. "La fatiga es un problema muy grave", dice Chib, y estudiarla ayudará a saber cómo actuar para prevenirla o tratarla.
Además de ser un signo de COVID prolongado, la fatiga cognitiva debilitante también es un síntoma del llamado síndrome de fatiga crónica, trastorno de estrés postraumático, esclerosis múltiple, depresión y enfermedad de Parkinson. El agotamiento mental extremo también puede aparecer tras un tratamiento de cáncer, un traumatismo craneoencefálico, un accidente cerebrovascular o cuando una persona pasa tiempo expuesta a ciertas toxinas.
En conjunto, las investigaciones actuales redefinen la fatiga como un fenómeno biológico complejo. Este padecimiento está influido también por factores como el sueño, el estrés y la inflamación, por lo que ya no se trata solo de una sensación subjetiva o una caída en el rendimiento de una persona.
